martes, 9 de noviembre de 2010

Las lágrimas del cielo.

...

El barco zarpó a las 23 horas. Sin rumbo fijo. Flota sobre el perfil oceánico como una pluma se eleva con las corrientes de aire. Se ve a popa la sombra de mi pasado. Abrupta. Hincada sobre el tranquilo mar. Como un pelo enquistado sobre una suave y tersa piel. En el horizonte de proa, en cambio... sólo hay un dibujo de esperanza. Empañado por la brisa marina. Maquillado por las huellas que he dejado atrás. Diseñado por la desesperación que provocó ésta sensación de anhelo.

-"Fíjese"- Dijo el tripulante -"ahí alante, más allá del vacío de olas, tiene usted todo lo necesario para llenar esa enorme maleta."-

Se notaba. Había traído un macuto de unas dimensiones ridículas para un viaje tan largo. El patrón del barco dejó caer, al embarcar, que para un viaje tan largo y ajetreado mi equipaje iba a ser un engorro. Me comentó entre risas, pero muy seriamente, que en el siguiente puerto podría encontrar unos chalecos con los bolsillos necesarios.
Muy a menudo pensaba en que la gente sostenía sobre sus brazos el peso de un botín caducado. Entre recuerdos, nostalgias, amuletos, regalos e idioteces. Es inquietante, ahora, pararme a descubrir que yo no soy tan diferente.
El sol estaba al filo del lecho nocturno. Parecía que iba a darse un baño para celebrar mi viaje.

Sí, lo volví a pensar. Tendría que haber hecho una agenda con cada lugar que quería visitar, cada palabra que debía aprender, cada rincón que conquistar, cada contacto al que llamar. Pero más tarde decidí parar en cada puerto. Tomarme varios días. Si era necesario me quedaría un mes en cada ciudad. Aprender a sobrevivir con lo que en su momento presumí imprescindibles. Aunque, un hombre de mar, y de mundo, como El Capitán, me acaba de enseñar lo contrario. No hay objetos más imprescindibles que el vestuario, el dinero suficiente para vivir al día y tú mismo. A lo cual, por supuesto, de primeras respondí con una escandalosa carcajada.
Pero si te paras a pensar, es lo correcto... y lo más sano.

Encendí un cigarrillo en el pico de proa. Viendo el anochecer. Me encantó descubrir que voy hacia el Este. Veré durante unos días el sol nacer.
Poco después de que el sol se durmiera empezó a llover.
Era como el llanto de mi Madre al irme, lágrimas caídas del mismísimo cielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario