lunes, 15 de noviembre de 2010

Ferrocarril

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La cama era tan cómoda, en comparación con la del barco, que desperté sobre las once. La pensión donde había reservado la habitación bien parecía la casa de un vampiro adolescente. Un ventanuco en la pared, desde el que se veía el ladrillo de la pared de en frente. El suelo de azulejos oscuros y las paredes pintadas de un granate muy cargado. Lo bueno era que con ésa decoración era muy fácil dormir. Aun así olía todo el pasillo a tostadas y café; además había toda una ciudad esperando para conocerme. Decidí ducharme, ponerme ropa cómoda y bajar a desayunar.

Había soñado con oleaje y niebla. Al llegar a la pensión la niebla había devorado la ciudad. Estuve durante varios minutos buscando un lugar donde vendiesen tabaco. Pero no supe ni dónde y a quién preguntar. Por lo que pude disfrutar de imágenes preciosas de las calles inundadas de vapor. Y las formas que provocan las sombras en la neblina. Así hasta llegar a mi habitación, esclavo del sueño.

Pedí dos tostadas, un zumo, un café y un paquete de cigarrillos. Por lo que me me costó el tabaco bien podría haber desayunado en Madrid yo y un acompañante. Pero eso sí, el desayuno estaba delicioso.
Según el Guía hoy tendría tiempo de sobra para visitar parte de la ciudad. Me dijo varios sitios que apunté apresuradamente, así que, al intentar leerlos en mi libreta sólo pude descifrar ciertas letras, y un sólo nombre "Teleférico Mont Faron". Según el Guía podría ver yendo y una vez allí buena parte del lugar. Entre autobuses y el propio viaje del teleférico. También así podría conocer gente y más sitios que visitar al día siguiente. O esa misma noche. Así que cogí un pequeño macuto y me puse en marcha.

Cincuenta minutos después de salir del comedor de la pensión ya estaba harto de la ciudad. Caminaba con tanta rapidez que se me habían agarrotado las plantas de los pies. Y hacía un día horrible. Bien parecía que podía estar en Londres, con tantos coches, cláxones y viandantes enfadados. ¡No podía ser! Ayer todo el mundo era amable y acogedor. Debía ser cosa mía. Debía encontrar una parada del autobús número 40, pero antes comprar un bono de transporte diario. Creí entender en la recepción que incluía viaje en autobús, teleférico y barco. Así que no me importó comprarmelo. Aunque ya empezaba a pensar en mi presupuesto diario. Encontré una tienda donde vendían los billetes de transporte. Y justo delante tenía la parada correspondiente. Inconscientemente habia seguido las indicaciones que el Guía me habia hecho el dia anterior.

Veinte minutos después había llegado al teleférico. Salí del autobús. Esperé varios minutos, fumando un cigarro apoyado en la parada del 40, y decidí. Nada de teleférico. Volvería desde donde estaba hasta la pensión caminando. Había descubierto que la ciudad tenía Zoo, tenía varios bares nocturos, infinidad de restaurantes y, lo más importante, tenía una estación de ferrocarril. Iría caminando tranquilo, hacia el sur, desde Mont Faron hasta la pensión, fotografiaría todo lo que viera. Al día siguiente estaría visitando los lugares que parecieran más interesantes. Y al tercer día abandonaria el Barco del Capitán para continuar el viaje en ferrocarril.

Nunca había estado en un ferrocarril extrangero.
Me encantaba la idea. Ferrocarril francés.

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