domingo, 9 de enero de 2011

...inesperádamente agradable...

Entrada dedicada a mi amiga Danae. Sin tu exigencia de lectora no habría vuelto a escribir.


...


Una imagen etérea y desconcertante estaba perfilando mi subconsciente. Muchísimo ruído discordante y con una actitud alarmante llenaba de nubes tormentosas el sueño que estaba teniendo. Una luz rojiza, y muy molesta, que no podía ocultar bajo mis párpados.

Abrí los ojos.

Sus maletas no estaban, su abrigo tampoco y sólo quedaba de ella el halo de vaho que dejó su pelo en el cristal de la ventanilla. ¿Dónde estaba? La muy zorra se había largado, !después de haberme prometido un viaje en compañía de autoconocimiento y divertida exploración de un país desconocido!
Aglutinando y ordenando los últimos recuerdos sólo me acordaba de la copa que había intentado tomar en el restaurante y la rabieta infantil que le precedió y subrayó después.

Alcé la mirada y observé la estancia. Falsa alarma. Su cálida sonrisa y su abrigo de fieltro seguían allí, esperando a que me despejase para salir del tren. Era inquietante ver que de pronto me había enfadado muchísimo pensando en su abandono.
Parpadeé rápidamente y me di dos palmadas en las mejillas. Miré por la ventanilla: Fréjus, estación de tren.


Me había acompañado. Una profunda sensación de autoculpabilidad me inundó el corazón.
Chapurreé:
-"Te invito a comer... desayunar, te invito a la comida de costumbre que se tome a la hora en la que Dios sabe que nos encontramos en éste lugar. ¿Qué hora es?"-
-"Coge tus cosas, el tren tienen que dar la vuelta y el revisor casi te lincha al verte babeando"-.

Me levanté, me acerqué sonriente y le dejé marcado un beso de "buenos días" en la mejilla. Cogí rápidamente mis enseres y salí dando un brinco del coche. ¿Cómo sería Fréjus?.


Pues bien. Si a Lavapiés le concedieran mar, junto a grandes espacios verdes inundados de curiosas imágenes arquitectónicas. Masticando y aglomerando acento sureño francés. Junto a un maravilloso color carmín en sus edificios... ésto sería un esbozo abocado al fracaso de mi primera ciudad de ensueño en el viaje.
Mi acompañante, con un gesto muy grave dijo: -"Me esperaba de un español una enorme ovación por la primera visión de un lugar desconocido"-
-"Cuando algo es inesperádamente agradable lo más agradecido es quedarse sin palabras, charme."-
-"Eres indigesto cuando intentas calzar un elogio en otro idioma, ¿lo sabes?"-
-"No comments"-. Y los dos caímos en una carcajada que pareció durar toda la tarde.

Eran las tres y media, hora española. Por lo que debían ser las cuatro en Fréjus. O eso me apeteció imaginar.
Con las maletas a cuestas, y tras varios accidentes "guitarrísticos" contra tres farolas ingratas, la chica de la sonrisa eterna me lanzó literalmente en una taberna.
Me dijo que no me diría que iba a pedir, pero que seguro que con el hambre que tenía devoraría aquel bocado como si fuera el primero... o el último de mi vida.

Así fue, mientras que balbuceaba con la boca llena explicándole que me había provisto de un plan en el camino hacia el bar.
Ella reía y reía haciéndome rabiar con verdades constantes: -"¿Por qué tiendes a controlar lo incontrolable? Estás en un lugar desconocido, tus costumbres son extrañas aquí, atrévete a mirar con los ojos y deja de imaginar lo que ves con la cabeza"-

Era como charlar contra un espejo. Podría decir que me había vuelto a enamorar de ella.

Iban y venían por mi mente relámpagos del recuerdo de la conversación en el tren. Y de mis lejanas huellas por Madrid y La Península. Pero ella me miraba fíjamente, armada con esa sonrisa de medio lado... y todo desaparecía de nuevo.

Me llevó, contra mi voluntad siempre, a un precioso hostal que se situaba a cien metros en línea recta hacia el mar. Me pidió hacerle otro concierto después de la cena a la horilla del Mediterráneo.

-"No se me ocurre mejor forma de convencerme, para que te acompañe, que cantarme una canción tuya mirándo las luces del puerto de Sain-Raphaël"-
-"No habrá ninguna mejor, trato hecho".-

Las horas pasaron paseando calle abajo desde el hostal, cogidos del brazo mientras que no podía dejar de pensar que en algún momento abriría los ojos y, como todo en la vida, se habría ido sin dejar ni el halo de vaho en la ventanilla de un tren a punto de dar la vuelta a su ciudad de origen.


________________________

Espero que te guste, Sirenita.

________________________

lunes, 3 de enero de 2011

...Dolor de Alma...

...


En realidad me había generado una oportunidad perfecta para encontrarme a mí mismo. Daba igual con quien estuviera, dónde estuviera, cómo estuviera. Yo, mi yo más arraigado a la realidad seguiría siendo el mismo. Lo único que tenía que hacer era escuchar bien dentro. Dejarme de parafernalia y huídas físicas...
¿Qué mejor marco que un viaje largo y sin final definido para tomarme el espacio y el tiempo para buscar bien, dentro de mí, lo que mi voz decía?
A ello me puse.

Durante horas estuve callado, observando. Mirando a mi acompañante. Mirando las fotos que había hecho. Mirando a los pasajeros de otros cubículos. Mirando el refresco que me tomaba. Mirando las vías. Mirando los árboles. Mirando mis manos, mis pies, mis pantalones, mis zapatos. Mirando mi reloj, mi guitarra, el techo, el suelo, las paredes, mirando los tornillos, mirando las juntas de los paneles, mirando las nubes, mirando el sol, mirando los pájaros... y escuchando. Muy adentro.
Soprendenemente sólo habían pasado unos cuarenta minutos. Y estaba agotado.
Miré a la chica muy irritado. Nada parecía haber cambiado. Es más, me sentía como un niño... que no entiende lo que ocurre... aunque sea lógico.

-"Ahora tienes prisa por encontrarte? Sinceramente... a veces eres muy infantil."-

¿Ahora tenía que esperar? ¿Tenía que conseguir la calma, el espacio, la paciencia, la actitud necesaria para conseguir algo que ya sabía que tenía que conseguir? Lo decía con tanta rotundidad... que me saturé en el momento. Me acomodé contra la ventanilla y cerré los ojos.
En unas horas llegabamos a la estación. Me quitaría de encima a ésta compañía tan pedante. ¿Por qué nunca tengo suerte con los encuentros inesperados!?

Y con un profundo dolor de alma, consternado... esperaba que al despertar todo hubiera cambiado.
Cerré los ojos tras mirarla con irritación una vez más... y me dormí.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Sin salida

...

¿Sería verdad?

Tuve la impresión de que era yo el único que no veía las obviedades que proyectaba a los demás.
Al salir de Madrid para emprender el viaje todo el mundo estaba seguro de que era algo que deseaba desde hace tiempo. Sin embargo yo no estuve dando la tabarra con ello a mis amigos.
Bien cierto es que al salir tuve una sensación de desarraigo con mi proyecto. Como si supiera que estaba haciendo algo equivocado o en contra de lo que deberia hacer. Pero que una completa desconocida me atraviese el cerebro en una conversación... era demasiado.

Bien podría decir que me acababa de enamorar, y me iba a costar muchísimo alejarme de ella. Hasta ahora sabía lo justo de mi acompañante como para saber que necesitaba su compañía fervientemente. Era la primera persona que conocía en el viaje. La primera persona que me formulaba un reto tan encantandor y aterrador. Y sin quitarme de la cabeza que ésto iba a ser un verdadero error le dije:

-"Ya sé cómo te voy a convencer"-
Su rostro de pronto se ensombreció, parecía haberlo olvidado con la escenita que habia hecho. Pero enseguida blandió su sonrisa de nuevo y contestó:
-"¿Ah sí? Chico temerario..."-
-"Los dos bajaremos en la siguiente estación. Tomaremos algo de comer, descansaremos y al recuperarnos emprenderemos el viaje a un punto completamente distinto al que teníamos pensado"- El plan se volvía más absurdo cuando más lo intentaba perfilar...
-"Me temo que no, señorito. Deja de cambiar de idea y planteate un futuro concreto desde donde estás ahora. Ir a la deriva por los impulsos alocados no es la mejor forma de perder el norte. Pronto te aburrirías y entre arrepentimientos y desencanto volverías a Madrid cabizbajo".-  Vaya! La joven parecía saber de qué hablaba. Y lo malo es que tenía toda la razón. -"Debes desear tu destino con todas tus fuerzas. Si te planteas cuánto deseas cualquier cosa casi parece que has nacido para conseguirlo. Ya sea un deseo por necesidad... como Necesito comer, o un deseo que nunca te hayas planteado. Yo por ejemplo deseo con ansia ver tu cara cuando veas algo precioso y desconocido para ti. Deseo con ansia ser cómplice de ésa sensación de sorpresa y alegría. De embriaguez."-
-"Nunca me he planteado un deseo desde ése lugar..."- Pensé en voz alta.
-"Está muy bien que hayas llegado a esa conclusión sólo con una frase... hay quien ha necesitado estar en su última noche en la tierra para descubrirlo. Y dime... ¿qué deseas ahora?"-

Me sonrojé. Deseaba cientos de millones de cosas al mismo tiempo. Y a la vez no deseaba nada.
Deseaba salir corriendo de aquel tren y darle un abrazo gigante a mi Madre. Deseaba hacer el amor hasta enfermar con aquella chica. Deseaba ponerme a caminar hacia cualquier lugar para ordenar mis ideas. Deseaba emborracharme y contarle a un camarero toda mi vida. Deseaba acabar el viaje y poder contárselo a todo el mundo...-"Te voy a cantar una canción"- Dije de pronto y sin pensarlo demasiado.

-"Éso sí que lo deseo ahora..."-

Antes de arrepentirme me levanté y desenfundé mi guitarra. Estaba helada. Hacía tiempo que no la usaba. Dios... casi notaba que me reprendía por no haberme acordado de ella en tantos días. Las cuerdas estaban durísimas y desafinadas. Y se notaba que los cambios de temperatura le habían pasado facutra... -"Tengo que cuidarte más, pequeña... eres mi verdadera compañera de viaje"- Le murmuré  a la caja como si le hablase a un animal indefenso.

-"Bueno... y qué me vas a cantar?"-

Tras afinar la guitarra y calentar las cuerdas enseguida recordé una canción inolvidable de Dylan... Like a Rollin Stone. Por éso de "Cómo se siente uno al estar solo. Sin una casa. Como un completo desconocido..."
Cayeron de su trono los grandes genios de la soledad. Destrozamos a gritos y entre copas a Dylan, Leonard Cohen, Jaques Brell, Brassens, Nacho Vegas, Joaquín Sabina, Bruce Springsteen... Cantamos juntos docenas de canciones...  Hasta que de pronto surgió:

¿Quién te ha dado permiso para ser tan especial?
Derramarme de mi nube como lluvia torrencial.
Seducir al subconsciente y dejarme sin hablar.
¿Quién eres tú?
¿Y a dónde crees que te puedo llevar?
Salir de ésas paredes no era algo peculiar.
Sucedió de un día a otro sin pararme a calcular.
Caminé destino a nada, sin el miedo del quizás...
...y ahora no sé quién me dijo que aquello estaba mal.


No podré salir de un mundo tan real.
Sólo puedo reventar las pecera de mi hogar,
¿para qué voy a contarte a dónde fuí a parar?
Si la huída es un asco.
Sin salida lo es aun más.


Dame diez segundos para digerir esa lección.
Nada de lo que hago aporta una solución.
Dime diez lugares sin la huella del error...
donde haya caminado sin el miedo a estar mejor.


¿Y quién eres tú?
¿Y a dónde me puedes llevar?
Sácame de éstas ciudades y llevame a explorar.
Un lugar donde los sueños... se hagan realidad.
Y no haya más dolor... que el que se siente al amar...


No podré salir de un mundo tan real.
Sólo puedo reventar las pecera de mi hogar,
¿para qué voy a contarte a dónde fuí a parar?
Si la huída es un asco.
Sin salida lo es aun más.

Silencio, rotundo, absoluto-"... dime, ¿de qué es eso de lo que huyes?"-
Después de la serenata tenía nuevos discursos. Pero nada concreto que contestar: -"Del tiempo y del pasado, del presente... del miedo al cambio y a lo que perdura. De echar raíces en algun lugar, de plantar mi savia en otras tierras..."-

Tras quedárseme mirando con una tierna sonrisa me dijo: -"Huyes de ti, y te crees que en otro país lo vas a encontrar"-

lunes, 29 de noviembre de 2010

Vagón Restaurante

...



-"Para convencerte necesito invitarte a una copa. ¿Qué te parece?"- le dije. De pronto estaba muy animado, a la vez que nervioso, pero ella contestó:
-"Que no. Es muy fácil convencer a cualquiera cuando está ebrio. Si quieres te acompaño, pero no tomaré nada."-

Nos levantamos del cubículo y nos dirijimos hacia el vagón restaurante. Mientras tanto en el pasillo y entre la gente bromeábamos sobre la necesidad de alcohol de la gente para intimar o incluso sólo para hablar. Llegamos juntos a la conclusión de que todo el mundo debiera poder desinhibirse sin sustancias externas. Era absurdo.

El vagón restaurante bien podía estar construído ayer. No había espacio más frio y menos íntimo en todo el tren. Comenté entre risas que preferiría estar charlando con ella en el baño del vagón antes que allí. Lo que produjo un pequeño malentendido. Nada que no se solucionase rápidamente.
Ella tenía 19 años. Acababa de abandonar a su novio en Toulón, quien al día siguiente partía con el ejercito desde el Puerto Militar. Habían estado dos semanas de pareja idílica por la ciudad. Hasta que el chico le explicó que tendría que irse y tardaría varias semanas en volver. A lo que la joven respondió con una monumental rabieta, y enseguida cogió el tren. -"Me niego a esperarte yo sola en una ciudad donde casi no conozco a nadie. Además, no tengo tanto dinero, me iré a casa."-

Finalmente me dejó invitarla a un refresco, a lo que yo acompañé con una copa de vino.

Ella me hizo cientos de preguntas. Desde mi ciudad a mi viaje. Desde la niñez a la actualidad. Desde mi ropa a mi alma. Hablamos sobre mi guitarra y mi cámara de fotos. Me delaté al descubrir que no sabía nada, o casi nada, sobre Toulón. Comentó que era absurdo que si iba a una ciudad no me quedase al menos diez días. En Toulón estuve sólo 48 horas, y veinte de ellas dormido.
Me explicó amablemente que si conseguía convencerla para ir con ella a Le Cannet des Maures no me iba a tolerar que comprase un billete hacia ningún sitio hasta que me conociese la ciudad bien. -"La ciudad se conoce en las calles. Al amanecer. Yendo a comprar el almuerzo. Caminando al atardecer en silencio entre sus plazas y jardines. Tú de toulón sólo conoces barcos y restaurantes de segunda..."-

De pronto un sentimiento de traición como una mano gélida me arropó el corazón, y, dejando diez euros sobre la barra del vagón volé hacia mi asiento en el coche número tres. Oyendo perféctamente cómo ella iba tras de mí. -"Oye! oye, oye! Qué ha pasado?"-

Resultaba que sí, que era cierto. Tenía una extraña sensación de abandono en éste viaje. Me daba miedo salir a la calle. Me resultaba dificil saber qué hacer. Total, estaba yo solo.

Me senté en mi asiento, mirando por la escotilla aquella, llena de vaho. Y ella entró.

-"Mira, sé perfectamente cómo te sientes. Yo estoy igual. Pero resulta, que ahora sí tienes con quien compartir el momento perfecto que andas buscando. Perdóname si he sido violenta. Te imaginaba un chico de mundo. Y veo que recién acabas de salir del cascarón"- Dijo con una sonrisa tan tierna que sólo pude imitarla.
-"Vamos, déjame invitarte a la segunda copa. ¿Vale?"-

De pronto había envejecido diez años. Y me cogió de la mano con una firmeza aplastante.
Pero había abandonado algo en los minutos anteriores. Sentía que mi espalda pesaba menos. Y el tren iba más deprisa.

domingo, 21 de noviembre de 2010

...Entre vías...

Desperté blandiendo una sonrisa impenetrable. Eran cerca de las ocho de la mañana. Era una de esas mañanas diseñadas para quedarte en cama con Whiskey y Tabaco. Pero tenía un plan. Y las nubes, la lluvia y el viento afilado casi me estaban echando a caminar por el puerto. Meditándolo bien, el plan que había trazado no era muy lógico, pero ésa era la gracia. Me había dispuesto a seguir los impulsos. Continuarlos hasta que me encontrase con otro entre las cejas.

Salí de la pensión dirección sur. Era glorioso cómo las olas se estrellaban contra el puerto. Las barquitas parecían entrar en pánico. Y la lluvia entre los rayos de luz del sol recién nacido daban ganas de volverse estatua para contemplar ése espectáculo eternamente. Pero no tenía ni el suficiente abrigo, ni los suficientes medicamentos para planear una pulmonía. Así que estuve caminando a paso ligero, disparando a bocajarro fotos a todo detalle curioso. La parte de la ciudad más cercana al puerto estaba desierta. Tenía un toque entre nostálgico y aterrador. Además, por un extraño motivo las luces de muchos restaurantes seguían encendidas. Sinceramente era la guinda para el aire bohemio que tenía la zona.


Antes de dormirme había preparado la maleta. Tendría que ir rápido a la estación. Para reservar pasaje para ésa misma noche. Noche, ferrocarril, francia y lluvia. Delicioso.
Entré en un bar pequeño y grasiento a unos dos kilómetros del puerto dirección norte, tras el maratón fotográfico. Pedí, chapurreando inglés, al "garçon" un café, dos tostadas, un vaso de zumo de naranja y un paquete de Lucky. Debía tener cara de frío, la taza era un tanque humeante de cafeína. De regalo dos pastitas con sabor a canela. El zumo tenía de naranja lo que los cigarros tenían de nutritivos. Al menos las tostadas eran de pan recién hecho. Pero, crítica a parte, fue un desayuno de campeones. Lo mismo que el precio. Además de cara de frío debía también tener cara de rico.

Camino de la estación cogí un autobús, la lluvia provocó que la calle fuese impracticable. Al llegar cientos de autobuses repletos de gente con caras de frío y ventanillas opacadas del vaho cruzaban las carreteras salpicando los charcos y provocando escenas de tensión en los pasos de peatones.
Madre mía. El vestíbulo de la estación estaba sacado de una película de Spielberg. La entrada era más parecida a una ópera o un palacio que de un intercambiador de transportes. Y las taquillas parecían del siglo XIX. Tardé como veinte minutos en entrar, necesitaba hacer varios millones de fotos de aquello.

Al revisar los horarios de trenes estuve a punto de arrepentirme. No había destinos verdaderamente llamativos. El más lejano era Fréjus. A dónde con un sólo billete podría ir. Y la cosa era no estar reservando cuatro billetes. Tendría que bajar del tren en algún momento. Salí de la estación, fumé un cigarrillo y miré al cielo lluvioso buscando respuesta. Fréjus... ¡Nisiquiera sabía cómo se pronunciaba éso! Aunque, por otro lado, era perfecto. Me alejaría del mar lo suficiente como para echarlo de menos. Así me obligaría a tener que volver a un puerto. Con suerte volvería a ver al Capitán en Italia, cuando llegase. Aunque eso era mucho suponer.
Decidido. Compré un billete de ida hacia Fréjus.


Volví corriendo a la pensión, agarré la maleta, y volví a desacerme a carcajadas cuando noté su peso y observé sus dimensiones. Era pronto, muy pronto. Corrí a una tienda que me había señalado el Guía y compré una maleta de menos tamaño. Y volví a la habitación para desechar lo prescindible de mi petate. Me deshice como de cinco kilos de chorradas. Cosas como media docena de libretas en blanco, enseres de lavabo y unas deportivas que se desmontaban al caminar.
Cuando acabé me apresuré a encontrar el Barco del Guía. Y le expliqué mi nuevo plan. En contra de mi parecer, él, se alegró muchísimo de mi determinación. No sabría explicar si era ilusión por que abandonase su nave o porque de verdad empatizaba mi pretensión de explorar el continente desde las calles. En vez de hacerlo desde mis diarios y a distancia. Insistió en despedirse de mí aquella tarde y hacerlo tomando algo cerca de la estación. Por supuesto, acepté.

Ésta vez le invité yo a varias copas, y mantuvimos una conversación bastante profunda sobre cómo arreglar el mundo de la manera más revolucionaria posible. Aunque en cada silencio incómodo los dos resolvíamos, a carcajadas, al coincidir nuestras miradas.

Con la cámara en el cuello, tras despedirme del Capitán entré en el vestíbulo de la "Gare de Toulón" para disponerme a coger mi tren.
Una vez en el andén indicado ví, muy emocionado, cómo una pareja discutía. Parecía que el chico no quería que la chica emprendiese un viaje. Como hablaban en francés entendí sólo varios insultos y el empalagoso t'aime saliendo cientos de veces de la boca del joven. La chica, bastante indignada le miró por última vez con una cara de pura ambigüedad forzada. Le besó en la frente y entró en el coche.
Yo, mal acostumbrado al metro de Madrid entré en un vagón cualquiera, pensando que iba a ser tan practicable como el interurbano madrileño. Craso error.

Por lo visto estaba en el coche 7 y el mío era el número 3, justo el anterior al vagón cafetería. Según mi billete mi vagón estaba dividido en cabinas. Con una alegría renovada, esperando estar sólo en mi habitáculo emprendí la aventura de caminar de vagón en vagón, mientras me perdía la melancólica puesta en marcha del motor con todas esas despedidas a través de la ventana. Pero, finalmente, tras recibir varias reprimendas de revisores, azafatas y viajeros llegué a mi cabina. Y entré.

Allí estaba, la chica con cara anodina que acababa de despedirse en la estación, mirando a través de la ventanilla las farolas de Toulón. Como si esperase volver a ver el rostro del joven entre alguno de los coches que pasaba.
Al intuír mi presencia giró la cabeza repentinamente -"Buenas noches. Creo que te he robado el sitio. ¿Te importa que me quede aquí? Ya he acomodado mis cosas y prefiero estar a contra marcha."- dijo en un inglés afrancesado. ¡Vaya! La chica además de encantadora era dicharachera.
-"No te preocupes, yo prefiero ver a dónde voy. Por eso empecé el viaje."- Le respondí, pasándome de prepotente.
-"¿A dónde te diriges? ¿Vas también a Le Cannet des Maures? A mí me espera una larga temporada allí"- Dijo con ganas de entablar una conversación.

Estaba hablando conmigo como si nos hubieramos visto antes. Y si no estuviera completamente seguro, hubiera pensado que ya la conocía.
Tardé en responder varios segundos, mientras miraba aquellos ojos verdosos. Lucía una melena rubia suelta. Sonrisa de niña y mirada de sabio. Rápidamente me fijé en sus pulseras y alhajas. Llevaba muy poco equipaje y muchos pendientes. Plumas, trenzas de cuero y una profunda tristeza en su voz grave.  Había conocido a alguien. Entre vías. Entre dos puntos de un viaje del cual no sabía a dónde me dirigía. Era precioso. Aquel instante que, ni preparado, ni meditado, ni planeado había surgido con aquella naturalidad.
Ahí, en ese instante, lo comprendí. Debía buscar vivencia en oportunidades inesperadas. Tendría que estar alerta todo el tiempo.

-"No tengo destino fijo. Acabo de proponerme algo nuevo."- Le dije.
-"¿Perdona? Creo que me he perdido."- Dijo entre risas tímidas.
-"¿Te apetece llevar a un desconocido a descubrir aquello que tú ya conoces?"-
-"¿Cómo? No puedo hacer eso. ¡Eres un desconocido!-
-"Eso ya lo he dicho yo."-
-"Dime, ¿cómo te llamas?.- Respondió enseguida, con una mirada de confianza recién estrenada. Tras presentarnos decidió que si al llegar a su destino había conseguido convencerla, lo haría encantada. Si no, tendría que venir conmigo hasta Fréjus. Así tendría más tiempo para persuadirla.

-"¿Qué me dices?, madrileño, ¿Te apetece llevar a una desconocida allí donde vas?"-

Y el tren entró violentamente entre las columnas de un puente. Saliéndo así de Toulón.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Ferrocarril

...


La cama era tan cómoda, en comparación con la del barco, que desperté sobre las once. La pensión donde había reservado la habitación bien parecía la casa de un vampiro adolescente. Un ventanuco en la pared, desde el que se veía el ladrillo de la pared de en frente. El suelo de azulejos oscuros y las paredes pintadas de un granate muy cargado. Lo bueno era que con ésa decoración era muy fácil dormir. Aun así olía todo el pasillo a tostadas y café; además había toda una ciudad esperando para conocerme. Decidí ducharme, ponerme ropa cómoda y bajar a desayunar.

Había soñado con oleaje y niebla. Al llegar a la pensión la niebla había devorado la ciudad. Estuve durante varios minutos buscando un lugar donde vendiesen tabaco. Pero no supe ni dónde y a quién preguntar. Por lo que pude disfrutar de imágenes preciosas de las calles inundadas de vapor. Y las formas que provocan las sombras en la neblina. Así hasta llegar a mi habitación, esclavo del sueño.

Pedí dos tostadas, un zumo, un café y un paquete de cigarrillos. Por lo que me me costó el tabaco bien podría haber desayunado en Madrid yo y un acompañante. Pero eso sí, el desayuno estaba delicioso.
Según el Guía hoy tendría tiempo de sobra para visitar parte de la ciudad. Me dijo varios sitios que apunté apresuradamente, así que, al intentar leerlos en mi libreta sólo pude descifrar ciertas letras, y un sólo nombre "Teleférico Mont Faron". Según el Guía podría ver yendo y una vez allí buena parte del lugar. Entre autobuses y el propio viaje del teleférico. También así podría conocer gente y más sitios que visitar al día siguiente. O esa misma noche. Así que cogí un pequeño macuto y me puse en marcha.

Cincuenta minutos después de salir del comedor de la pensión ya estaba harto de la ciudad. Caminaba con tanta rapidez que se me habían agarrotado las plantas de los pies. Y hacía un día horrible. Bien parecía que podía estar en Londres, con tantos coches, cláxones y viandantes enfadados. ¡No podía ser! Ayer todo el mundo era amable y acogedor. Debía ser cosa mía. Debía encontrar una parada del autobús número 40, pero antes comprar un bono de transporte diario. Creí entender en la recepción que incluía viaje en autobús, teleférico y barco. Así que no me importó comprarmelo. Aunque ya empezaba a pensar en mi presupuesto diario. Encontré una tienda donde vendían los billetes de transporte. Y justo delante tenía la parada correspondiente. Inconscientemente habia seguido las indicaciones que el Guía me habia hecho el dia anterior.

Veinte minutos después había llegado al teleférico. Salí del autobús. Esperé varios minutos, fumando un cigarro apoyado en la parada del 40, y decidí. Nada de teleférico. Volvería desde donde estaba hasta la pensión caminando. Había descubierto que la ciudad tenía Zoo, tenía varios bares nocturos, infinidad de restaurantes y, lo más importante, tenía una estación de ferrocarril. Iría caminando tranquilo, hacia el sur, desde Mont Faron hasta la pensión, fotografiaría todo lo que viera. Al día siguiente estaría visitando los lugares que parecieran más interesantes. Y al tercer día abandonaria el Barco del Capitán para continuar el viaje en ferrocarril.

Nunca había estado en un ferrocarril extrangero.
Me encantaba la idea. Ferrocarril francés.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Cuscús

...

Ya sólo pisar tierra era una experiencia extraña. El aire olía distinto. El mar sonaba diferente. Hasta se me había apagado el sabor amargo del cigarrillo. Ante mí sólo podía distintguir todas aquellas barcas de remos y motor de gasoil. La gente hablaba en francés. Durante unos diez minutos me limité a disfrutar de aquel nuevo paisaje porteño. Observé cómo el Capitán hablaba con alguien sobre su barco. Observé a dos chicas jóvenes fotografiando las pasarelas, las amarras, los nombres de las embarcaciones. A la lejanía no dejaban de llegar barcos militares y civiles. Varios muchachos con redes húmedas, y la piel desgastada. Un puesto de souvenires, un pintor portando un lienzo blanco, maravillado por el atardecer que asomaba a la cáscara del mar. Era todo, sencillamente, perfecto.

 El Capitán insistió en hacerme una pequeña ruta por la orilla y presentarme a algunos conocidos. Yo le insté para que inmediatamente me llevase a cenar a algún rincón inolvidable. Era pronto, pero necesitaba saborear aquel ambiente. Ya había hecho mil planes deshechables. Quería perderme en aquella ciudad. Visitar todas sus tiendas y comercios. Beber buen vino. Hablar con los ciudadanos. Pero antes... necesitaba saborear algo nuevo. Un plato especial.

Al cuarto de hora habíamos abandonado el puerto, donde había dejado mi estúpido petate, mi guitarra, cámara, libreta, etc... sólo me tenía a mí mismo. Durante el trayecto mi nuevo Guía, antes Capitán, me habia señalado varios lugares. Una tienda donde comprar el famoso chaleco, una oficina postal, un mostrador donde cambiar dinero, un hostal bastante acogedor y el restaurante donde nos disponíamos a cenar.
Estaba a rebosar. Y nuestra pinta no era muy señorial. El capitan portaba su gorra de cuadros marrón y una gabardina verde oscura. Mis zapatos rechinaban por la humedad. Aun así nos acomodaron una preciosa mesa junto a la ventana. Las vistas daban al sur. Se veía la Iglesia que vi desde la punta del barco antes de amarrar, un transito de gente bastante masivo pero calmado, sin prisa; y entre las callejuelas se distingúia el inmenso mar. Con su ir y venir.
-"Qué va a querer?"- Casi me gritó el Guía.
-"Vaya! No he mirado la carta. Dígale que necesito un minuto. Seré rápido."-
-"Cuscús"- Dijo entre risas.
-"Cómo?"-
-"Pida el cuscús. Hay una anécdota que cuenta que el primer escrito que hay en el que se nombre el cuscús es en ésta ciudad. Hacia el sigo XVII. Es una elección magnífica para una primera comida."-
-"Hecho!, y de beber un buen vino, por favor."-

El Guía se lo tradujo al joven camarero. Y creo que añadió algún chiste de propina. El chico y él se rieron en un francés encantador. Varios minutos después tenía mi primera comida francesa sobre la mesa. Una copa de vino que manchaba la copa al moverlo y un acompañante que cada vez me sorprendía más.
Pedimos solo un plato. Yo de postre me acabé otra copa de vino y salí a la terraza a fumarme el último cigarrillo de mi cajetilla jubilada. Al soltar el aire un aro de humo rodeó la ciudad como si un marco etéreo la hubiese inmortalizado. Ya había anochecido. Y la gigantesca luna llena iluminaba desigualmente el puerto. Las calles se alumbraban con un matiz azulado. Y no había absolutamente nadie en las calles adoquinadas. Se oían cierres bajarse y coches recorrer las calles. Pero ni una voz. Ni un claxon. Decidí caminar lo que aguantase paralelamente al puerto para acabar, finalmente, yendo de vuelta al barco para descansar. Mañana alquilaría durante diez días una habitación. Y le pediría al Capitán que me acompañase a conocer lo que me quedaba por ver.

El simple hecho de respirar aquel aire ya me había desinfectado el cerebro de polución y tensión provenientes de mi antigua ciudad.
El simple hecho de respirar... sólo respirar.